viernes, 21 de octubre de 2011

Parte uno.

Los suspiros se escapaban de entre mis labios dibujándose caprichosos en el aire. Mis dedos acariciaron el cristal dejando sus huellas a su paso. Desde ahí podía ver la ría, bebiéndose el agua que las nubes lloraban, y a ti te empapaba. Me replanteé varias veces el quedarme en casa e ignorarte, hacer cómo si nada, pero supongo que las ganas de retenerte eran menores que las de poder escuchar tu voz por última vez. Retrocedí dos pasos, tomé aire y una decisión: seguir adelante. Me puse la chaqueta, me calcé unos botines y salí afuera.
Crucé la calle sin quitarte la vista de encima. Los dos sabíamos que debíamos hacer esto, lo supe la última vez que me miraste. Y cómo quien se para frente a una farola yo lo hice junto a ti, indiferente. No quería mentirte, pero no me quedó más remedio.
-Te odio.
-Sigue.
-Imbécil, inútil, mentiroso ¿a qué te sabe?
-A mierda.
-Lo suponía. Te toca.
-Cabezona.
-¿Eso es lo mejor que tienes?
-Lo siento, no me sale más.-en ese momento torciste el gesto, se tornó angustiado, cómo triste y a la vez cansado. Yo ya no quería palabras, ellas no llenaban el vacío que dejaste, por eso no te pedí explicaciones y seguí.
-Eres idiota…
-… Por las noches que has pasado sin dormir por mis caprichos, por las veces que te he mentido, por los días que he silenciado el móvil para no recibir tus llamadas, por las veces que se me ha olvidado que te quiero.
-Querías. Por las veces que he sido borde contigo sin motivo, y he desconfiado sin razones. Por los días que he pasado de ti y las ganas que me han entrado de buscar a otro.
Recuerdo que me giré y volví a mi portal, y cuando tú desapareciste después de un rato, me fui a dar un paseo.
No creo en el amor, y es por eso que no creo y lo considero estúpido, así que si buscáis que os cuente algo bonito, empalagoso, perfecto, sin errores, os habéis equivocado de lugar. Yo sólo escribo lo que hay, y normalmente no es muy bueno. De hecho, creo que sólo he conocido en toda mi vida a una persona que amase de verdad, y ese era mi abuelo, que amaba a la música por encima de todas las cosas. Cuando me sentía mal y el mundo se me tiraba encima, él solía decirme “la música es la única que me ha entendido, que me deja vaciarme sin pedirme explicaciones y me calma. Ella nunca me ha fallado, tal vez tampoco te falle a ti” a lo que yo le respondía: “¿y yo abuelo, yo te he fallado?” Para esa pregunta mi abuelo ya tenía una respuesta mecánica: “lo sabré cuando me muera, si lloras, me fallaste”. Te fallé abuelo, pero te fallé en silencio, sin que nadie me viera.

1 comentario: