lunes, 24 de octubre de 2011

Parte tres.

Leire: ¿y qué le dijo luego?
Carla: algo de que dejase de meter mierda sobre él o no sé qué…
Leire: ¿pero Marcos está bien?
Carla: sí, eso creo.
-Por qué no me habrá llamado…- dije mientras mi amiga me ametrallaba los tímpanos con el sonido de las teclas.
-Porque no querría preocuparte, yo que sé, es tu novio…
-No es mi novio- Leire me ignoró y siguió presionando las teclas del ordenador. Marcos y yo no salimos, tan sólo tuvimos un pequeño error de una tarde, pero todo el mundo piensa que ese error continúa.
Empezó a llover. Las gotas de agua repiqueteaban en la ventana de mi amiga. Ella apagó el ordenador y se levantó a cerrar las cortinas y encender la luz, puesto que en la habitación se había establecido un clima un tanto lúgubre.
-No le des más vueltas- me dijo poniéndome una mano en el hombro mientras yo no apartaba la vista de los cristales, ahora cubiertos por una fina y vaporosa tela-¿te apetece un chocolate caliente?
-Café, por favor.
Leire rió. Las dos nos abrigamos y salimos a la calle en dirección a la chocolatería nueva abierta en La Fruta. El capuchino con canela resbaló por mi garganta y recibí su calor y sabor con alivio.
-Te los buscas complicados- me dijo Leire con el labio superior lleno de chocolate.
Yo solté una carcajada. No estaba triste, ni tenía pensado estarlo por culpa de que aquellos dos seres irracionales se hubiesen roto la nariz por quién sabe qué.
-Éste fin de semana nos vamos a sabugo, ¿te apuntas?
-No puedo-dije mientras pegaba otro sorbo a mi café.
-¿Por qué?
-Castigada, teléfono, ya sabes-Leire y yo reímos al unísono. Nos conocíamos de siempre, desde que éramos pequeñas, pero fue cuando murió su madre cuando ella y yo estrechamos lazos de verdad. Al principio ella no notó su falta, supongo que necesitó varias semanas para asimilarlo. Cuando entraba en su casa y su padre me recibía con una sonrisa cansada, ella venía y me llevaba a la cocina, preparaba cuatro chocolates calientes y cuando nos los acabábamos íbamos corriendo a su habitación mientras la otra taza se enfriaba lentamente. Una vez en ella, solía hablarme de aquel chico del que está enamorada desde que cumplió su primer respiración, pero la conversación siempre derivaba en su madre, y acababa contándome los consejos que ella le daba acerca de aquel amor platónico que más de una vez le había quitado el sueño a su hija- oye, quédate a dormir el sábado. No puedo salir, pero no dijo nada de que no pudiera invitar a nadie a casa.
-Vale, te llamo si me dejan. Por cierto, ¿tu madre no abrió la tienda ayer?
-Creo que sí, ¿por?
-No sé, pasé por delante e iba a entrar a saludar, pero estaba cerrado. Estaban las persianas de dentro a medio cerrar, así que me asomé y parecía que había luz y se escuchaba algo, piqué varias veces, pero cómo llegaba tarde, me fui-me paré a pensar. El viernes mi madre llegó más tarde de lo normal, pero llegó cuando mi padre. Me dijeron que habían ido a cenar fuera, pero…
-Bueno, sería que habría cerrado para tocar algún instrumento, qué se yo.
-Pues igual-dijo Leire mientras tiraba su vasito de plástico a la papelera que había al lado del banco en el que estábamos sentadas-bueno, vámonos antes de que mi padre llegue y vea que no estamos en la habitación estudiando.
-Yo me tengo que ir a casa ya osea que te acompaño, me queda de paso.
Mi amiga y yo nos alejamos apretando un poco el paso. Tropecé con un tipo vestido con una gabardina negra, ni tan siquiera se giró para disculparse.


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