martes, 29 de noviembre de 2011

Parte cinco.

Diciembre. Último día de clase. Me quedé ayudando a la profesora de arte, que tenía que recoger las obras expuestas en el concurso de expresión plástica y visual de éste año. Uno de los bocetos llamó mi atención notablemente. Era el retrato de un chico joven, tal vez de mi edad o poco mayor. Un esbozo a lapicero, menos sus ojos, que estaban a color. No alcancé a distinguir exactamente cómo eran: parecían color café, café cargado, pero también tenían algo de verde, o gris verdoso, o igual era verde azulado. No sé, odio los colores indefinidos.
-¿Me lo puedo quedar?-la profesora de plástica asintió indiferente, según ella para guardarlos de nuevo en un cajón mejor sería que yo los colgase en la pared de mi cuarto. Me despedí de ella entre sus millones de gracias ante mi oferta de quedarme más tiempo, pero yo ya no tenía mucho más que hacer allí y debía irme a casa.
            Pensé que había parado de llover, pero mojaba más aquella niebla que se acababa de levantar que el diluvio universal. Mi madre no llegaría hasta las siete puesto que hoy habría la tienda, y yo decidí dar un rodeo largo de vuelta a casa.
            Me metí en la calleja los cuernos y me dirigí a mi cafetería favorita. El piano siempre me pareció enormemente acogedor. En sus paredes de piedra, la gente dejaba siempre alguna moneda y pedía un deseo. Pilas de céntimos se acumulaban entre las rendijas cómo intentando ayudar a que la estructura de las paredes del local fuera más fuerte, y además, era una de las pocas cafeterías en todo Avilés que servía el capuchino sin leche. Amargo, así tenía que ser el sabor de café.
            En realidad, ese día fue aburrido. Suelo venir muy a menudo a ésta cafetería. Mis abuelos siempre me traían aquí. Me compraban siempre el mismo mantecado, y me pedían siempre café con leche. Y merendábamos entre risas. Mi madre también me dijo aquí que pasaríamos el verano en Italia, y también fue aquí dónde conocí por primera vez a la madre de Leire. Ella nunca viene cuando la invito a acompañarme, y la comprendo, por eso suelo venir sola.
            Mi mirada se perdió en el ventanal de la cafetería. Deseé volver al pasado. El ruido de una moneda girando sobre mi mesa me hizo despertar.
-Deseo que me invites a un buen tazón de chocolate caliente- al identificar la voz de Marcos puse los ojos en blanco.
-Desea que no te saque los ojos de las cuencas por inmaduro, y acompáñame a casa, anda.

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